Se ha dicho que la crisis económica que está provocando la pandemia del coronavirus será transitoria, sin embargo, la duración y severidad de una crisis no se puede conocer de antemano, ya que es algo que depende de las políticas que se emprendan para contrarrestarlas. Menospreciarlas ha sido una de las causas de que éstas se agraven. Esa es la lección que nos dejó la Gran Depresión.
El 24 de octubre de 1929, cuando cayó la bolsa de Nueva York, nadie sospechaba que se trataba del comienzo de una de las crisis económicas más serias y prolongadas que viviría la humanidad. Los gobiernos y sus bancos centrales tardaron mucho en responder, lo que produjo un derrumbe del consumo, una fuerte deflación, una enorme racha de quiebras de empresas y un aumento del desempleo. Esto, dijo Ben Bernanke, “ayudó a convertir lo que era una severa recesión en 1929-30 en una depresión prolongada”.
La crisis del 29 se profundizó, pues existía un consenso en el pensamiento económico en torno a ideas “liberales” que sostenían que cualquier intervención gubernamental sería contraproducente. Era necesario tener paciencia y esperar que “pasara la tormenta”, pues los mercados se autorregulaban. Existía un gran apego al Patrón Oro (tipo de cambio fijo) y los déficits presupuestales eran anatema. De acuerdo a esas ideas, la crisis sólo podía resolverse con la quiebra de un gran número de empresas, supuestamente ineficientes.
En Estados Unidos, el Presidente Hoover decidió hacer lo mínimo. La Reserva Federal no entendió que era necesario aumentar el crédito de manera masiva a los bancos, lo que provocó la quiebra de muchos de ellos. Fue hasta 1933, cuando entró Roosevelt a la presidencia y comenzaron a propagarse las ideas de Keynes, que el gobierno inició las políticas contra-cíclicas conocidas como el New Deal. Estas comprendían la flexibilización monetaria y un importante aumento en el gasto público. Se impulsó el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas, la construcción de obras públicas para impulsar el empleo y se creó un seguro social. El gobierno adquirió gran parte de las hipotecas de los bancos, aumentó su plazo y redujo su tasa de interés. Se crearon agencias independientes para asegurar los depósitos, evitar las quiebras bancarias y para limitar la especulación en la bolsa. Gracias a ello, la economía estadounidense inició su recuperación. En Alemania el gobierno respondió también con políticas “liberales” ortodoxas. Tal vez si hubieran decidido gastar más dinero y reducir el desempleo, habrían limitado el avance de las fuerzas extremistas de derecha encabezadas por Adolf Hitler.
La respuesta de México no fue diferente. En el afán de mantener finanzas públicas “sanas”, el gobierno redujo su gasto, despidió a un gran número de empleados públicos, redujo sus salarios y estableció impuestos extraordinarios, y el Banco de México contrajo la cantidad de dinero. Ambas políticas retroalimentaron la recesión. En julio de 1931 ocurrieron pánicos bancarios, México salió del Patrón Oro y la moneda se devaluó. El PIB real cayó anualmente en 4.7% entre 1929 y 1932. La profundidad de la crisis llevó a la renuncia del Secretario de Hacienda Luis Montes de Oca a fines de 1931. Su sucesor, Alberto Pani, quien no estaba influido por las ideas ortodoxas, dio un viraje a la política y tomó una serie de medidas expansionistas que restablecieron el crecimiento económico. No debemos olvidar la lección de la Gran Depresión. Para que la crisis que está iniciando sea realmente transitoria, es necesario que el gobierno emprenda políticas que restablezcan la confianza de inversionistas y consumidores, impidan la quiebra masiva de pequeñas y medianas empresas y contengan el desempleo.
Por Aurora Gómez Galvarratio, Periódico Reforma, 8 de abril de 2020